Hace unos días, Aida Rebeca Neuah (más conocida como A.R.N. o como la autora del blog "Laburbujabruja") publicó un cuento titulado "De vuelta las flores"
Al leer ese artículo, se me ocurrió escribir una precuela, que publiqué aquí el miércoles pasado.
No contentos con eso, se nos ocurrió escribir un epílogo. Pero a A.R.N. se le ocurrió la idea de que yo escriba el epílogo de la dama y ella se haría cargo del del caballero.
Esta vez échenle la culpa a ella.
Si no los leyeron, les recomiendo leer antes que éste epílogo las siguientes partes :
“Aún hoy, tres años después es duro. Duele menos, pero todavía duele.
Escaparnos fue simple. Le pedí plata a mi marido para, supuestamente, ir al supermercado. Era una buena excusa para sacarle dinero porque después de la golpiza y la internación en casa no quedaban comestibles.
Con ese dinero contraté un flete y nos llevamos algunos muebles y las valijas. Para cuando regresó ya nos habíamos ido.
Mis hijos no me preguntaban, no en forma directa. Sabían lo que era inevitable que sepan, que sus padres ya no vivían juntos.
A una semana de haberlo dejado, los días eran relativamente fáciles de sobrellevar. El trajín de la mudanza, la novedad de instalarnos en la casa de mi prima nos mantenía ocupados. En cambio, las noches…-la mujer baja la cabeza, como si las palabras que necesita expresar estuvieran en el piso. Sin levantar la vista frunce la boca y hace el universal gesto de sacudir la cabeza para decir 'no' al tiempo que cierra los ojos. Con una súbita resolución se incorpora y prosigue- En la cena seguíamos dejando libre la cabecera de la mesa, el lugar que solía ser suyo …es decir, aunque no estábamos en nuestra mesa, dondequiera que estuviéramos, la cabecera era suya- aclara- y ese lugar vacío en la mesa nos incomodaba. Nos atenazaba las gargantas como antes nos enmudecía el miedo. Y en ese silencio, ustedes deben saberlo, los ojos de los chicos hablan…-la oradora hace una pausa involuntaria, se enjuga una lágrima con un pañuelo. Inspira y prosigue- ¡y cómo hablan! Me preguntaban si íbamos a volver a estar juntos, y yo no sabía si lo deseaban o no, ni me atreví jamás a preguntarles. Me preguntaban cómo íbamos a vivir, dónde, de qué, y yo me preguntaba lo mismo…Sólo sabía que por el bien de ellos y el mío propio no podía volver atrás.
A los pocos días de alojarnos en lo de mi prima, él de alguna manera supo donde estábamos y me esperó para enfrentarme en la calle. Me dijo cosas horribles, pero lo más espantoso no eran las barbaridades que pronunciaba. Lo que me horrorizaba era ver sus puños cerrados amenazándome e imaginarme nuevamente bajo su poder. Pero aún así, pude ver la desesperación en sus ojos. El sabía que su mundo se derrumbaba, y que yo ya no lo sostendría.
Hoy aquí escuché sus testimonios, y nuevamente compruebo que son tremendamente parecidos al mío y al de muchas que pasaron por aquí. Por eso sé con certeza lo que están pasando y sobre todo sé que podemos ayudarlas a hablar con libertad de sus miedos, sus preocupaciones. A hacerles más ligera su carga. Al igual que ustedes, llegué aquí desesperada y derrotada. Y hoy estoy aquí, entre amigas, recibiéndolas para decirles que podemos luchar, para demostrarles que lo peor ya pasó."
La mujer se inclina y abre un paquete que ha permanecido hasta ahora bajo su asiento. Sólo se oye el característico crujir del celofán al tomar de éste un ramo de rosas blancas. Una a una las reparte a las asistentes al tiempo que le dice a cada una con emoción- "Bienvenida.”